Aquí, junto al mar, lo que parecen apenas montículos de tierra inmóvil en un desierto imponente son uno de los espectáculos más inverosímiles del planeta cuando se los mira desde el cielo. Allá, en la cima de un cerro escondido entre las nubes, se eleva la condensación más palpable de una cultura ancestral y milenaria convertida en muros de piedra; muy cerca, emerge una ciudad plagada de secretos religiosos para develar en sus calles, sus templos, sus ceremonias.

El legado de civilizaciones americanas de gran inteligencia, dueñas de una sensibilidad artística y filosófica envidiable; maestras en el arte de la arquitectura, se respira en todo Perú, pero con mayor intensidad en sitios como Machu Picchu, el Cusco o en Paracas, la base para descubrir las líneas de Nazca. Tres destinos entrelazados por la belleza natural, la indescriptible densidad cultural y una magia que flota en el aire, y que se agiganta cuando más informado está el viajero.

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Esa línea que los une, esa grandiosidad simbólica y real que los atraviesa, explica también porqué es allí que se pueden encontrar algunos de los mejores hoteles de Sudamérica. Es evidente que alrededor de atractivos turísticos tan infrecuentes, tan atrapantes, tan fuera de la media habrían de surgir servicios a esa altura.

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